domingo, 4 de mayo de 2008

El peligro de decir te quiero

En nuestro idioma son dos palabras. En el resto suele tener tres, pero en cualquier caso, contienen la fuerza demoledora de un hechizo. Dilas cuando no debes, y serás la única víctima de la catástrofe que provocan. Y es que, al contrario de lo que pueda parecer, muy a menudo inducen a sentimientos de repulsa, por mucho que estén relacionadas con el amor. Si te lo dice alguien de quién no estás enamorada, hagas lo que hagas no podrás impedir que haberlas oído te aparte de él. ¿Qué es lo que tienen que tanto pavor y rechazo provocan?
En vez de sentir alegría, nos sobrecoge el temor y luego, un velo de inconvenientes cubre y transforma al desdichado que las dijo, el cual, al poco, sólo nos inspira desprecio, porque le vemos a nuestra merced, sumiso, vencido, carente ya de interés. Él ha caído y el receptor se mantiene a flote. Y diciéndolo se torna tan débil a nuestros ojos que… ¡Hay que protegerle para no herirle! De ser un igual, pasa a estar muy abajo; de deleitosa compañía, a incordio.
Te venera, no te deja en paz, reclama tu continua atención, incluso se alegra de recibir tus insultos, lamería el suelo tras tus pasos, se humillaría, te imploraría, abandonaría sus quehaceres para postrarse ante un teléfono a esperar tu llamada, perdido todo dominio y fuerza de voluntad.
Ciertamente, está hechizado. Si era un amigo o un compañero con quien podías charlar relajadamente, ya no. Ha dejado de serlo. Ahora tendrás que medir las palabras para evitarle sufrir, pues sabes que tú, al no sentir lo mismo, eres la única causa de su infelicidad. Sin pedirlo, tienes al lado a alguien que se porta como si fuera tu pareja. ¡Es insoportable! Uno no quiere tener a nadie a su cargo; uno no quiere más responsabilidades que las que la vida le adjudica, y sin embargo, con el “te quiero”, te sientes obligado. ¿Qué le vas a hacer? Tú no le quieres, sabes cuanto duele no ser correspondido y desde tu puesto poderoso, pronto sientes cuánto te cuesta seguir llamándole, cómo te pone los pelos de punta cruzarte en su camino y ver en sus ojos una completo sumisión y una súplica desesperada. En nuestros genes está grabado a fuego perseguir lo imposible para así salvaguardar la supervivencia de nuestra especie.
Así que, ya lo sabes: si deseas apartar de tu vida a alguien que te es molesto, dile que le quieres. En la mayoría de los casos, servirá para que desaparezca. Ahora bien, si te lo dice alguien de quién estás enamorada… Subirás al séptimo cielo con más impulso que una nave de la NASA. La cantinela del “me quiere, me quiere, ¡me quiere!” no cesará de sonar en tu cabeza. Ambos pelearéis por quién se entrega más, quien se sacrifica más para hacer feliz al otro. “No cariño, Yo te quiero más”.
En la única ocasión en que no tiene ningún efecto es cuando sabes que él que te lo dice lo utiliza como cumplido. Marido, mujer, aniversario, flores, bombones, un “te quiero” entre dientes, confusamente susurrado al oído junto a un volátil roce de mejillas. “Ya… Y yo también a ti”. Es el mejor de los “te quieros” pues produce alivio. Un engaño entre dos construido que deja vivir y respirar.
¡Pobre del enamorado no correspondido que al confesar su amor queriendo causar gozo, no halla sino soledad!
Y es que… el querer es egoísta. Es como si la comunidad de vecinos te dice “Te queremos. Se tú el presidente.” Oh, vaya, qué bien. A preocuparme yo de todos.
El que te dice “te quiero” no acaba la frase. Tendría que añadir “a todas horas”. “Quiero tu cuerpo, tu mirada, tus pensamientos, tu atención, tu tiempo. Que me escuches, que me atiendas, que me mimes, que te dediques sólo a mí”. ¡Venga, hombre! ¿Y qué se queda para mí? ¿Tu amor, el que ni he pedido ni he buscado?
Es como si me toca una moto en el sorteo de un hipermercado. ¿Y si no me gustan las motos? Ya me hacen molestarme en realizar un montón de papeleo y en buscar comprador.
Conclusión: Nunca des lo que no te piden. Si no lo necesitan, no van a querer usarlo. Y sí se lo das con toda tu buena intención, lo usarán por decencia y enseguida comenzarán a detestarlo. Eso, si no lo tiran directamente a la basura. O si no se lo dan a otro. ¡Lástima que el amor no sea intercambiable! “¿Que me quieres? Ya, pero es que no me hace ninguna falta. ¿Por qué mejor no quieres a mi amigo Paco, que está muy falto de amor?”.
El ser humano siempre ansía lo difícil de conseguir. Si quieres a alguien y quieres hacerle feliz, no se lo digas. Hay mil maneras de verlo y de comprobarlo antes que oírlo. El querido se sabe querido sin que se lo digan. El amor se ve, se nota, se siente.
Mejor no lo digas, y si quieres experimentar ese espléndido estado de alborozo hormonal, cruza los dedos para no oírlo, incluso de alguien que te ame en secreto. Ansía, anhela, espera, sueña: una vez lo tengas… ya sabes: te fijarás un nuevo objetivo. Mientras ni lo digas ni te lo digan, aún podrás disfrutar.





¿No os parece tan cierto que duele? GRACIAS a internet por facilitarmelo!!!!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola!!!qué poco exito has tenido y eso que tu entrada me ha encantado!!mucha suerte en tu vida bloggera y paciencia, que los principios son duros!!

Anónimo dijo...

yo siempre te diría te quiero pero no sé si tu me escuharías ;-)