—¿Conoce usted esos días en los que se ve todo de color rojo?
—¿Color rojo? querrá decir negro.
—No, se puede tener un día negro porque una se engorda o porque ha llovido demasiado, estás triste y nada más. Pero los días rojos son terribles, de repente se tiene miedo y no se sabe por qué.







Hay días en los que teniendo todo, no se tiene nada. Días en los que aparentar que todo va bien aunque no lo sea. Y de repente, encontrarse sin rumbo. Cómo odio la sensación de vacío, de falta de ilusión, de ganas de hacer cosas. De sentirme bien con todos los que me rodean. Y no sé a quien culpar por ello.
Uno de los peores sentimientos que puedo experimentar es que que todo me dé igual, como si nada me importase. Y parezco una niña egoísta llena de pajaritos en la cabeza cuando , en realidad, es una llamada. No de auxilio ni de atención, pero sí una llamada para que me guíen.
¿Cómo podemos estar rodeados de amigos y no ser capaz de decir nada?¿Tenemos miedo de contar que últimamente nos sentimos a borde de un precipicio, con miedo a caernos y a hacer todo mal?
O quizá sea que llevamos sin desahogarnos de verdad mucho tiempo y ha llegado la hora de dejar entreabierta nuestra pequeña caja de los dramas.

Y de mientras, a esperar que alguien nos salve.

Porque seguro que alguien lo hará.